El Buen Fin 2025 dejó números que, sobre el papel, parecen motivo de celebración: un crecimiento del 30% en ventas y un impulso económico que, en otros tiempos, hubiera bastado para contar el éxito completo. Pero, bajo esa capa de entusiasmo comercial, asomó una tensión silenciosa: el aumento del fraude digital que puso contra las cuerdas a comercios, bancos y consumidores.
Lo que para miles de familias fue una oportunidad de ahorro, para otras tantas se convirtió en una grieta inesperada en su seguridad financiera. Y ahí, justo en ese filo, se revelaron cinco lecciones que ninguna empresa mexicana puede ignorar.
“Hoy enfrentamos un doble desafío: el fraude impulsado por inteligencia artificial y la coordinación eficiente con la que operan los atacantes”, explica Fernando Paulín, CEO de Unico México, una de las redes de prevención de fraude más grandes del mundo. Su diagnóstico suena menos a advertencia futurista y más a radiografía del presente.
1. Suplantación de identidad: el fraude que nunca llega solo
La estadística golpea sin rodeos: dos de cada tres víctimas de fraude digital pierden hasta 10 mil pesos, según el Consejo Ciudadano. Y detrás de cada pérdida hay un patrón que se repite: phishing por mensaje, vishing disfrazado de “asesor bancario”, enlaces que cazan el mínimo descuido.
El campo de batalla, además, se ha movido a espacios que prometían entretenimiento y conexión: 46% de los fraudes detectados ocurrieron en Facebook, 20% en sitios clonados. Para las empresas, el cobro del error no solo llega en forma de chargeback: llega también cuando el cliente asocia la experiencia de fraude con la marca que un día prometió confianza.
2. La doble verificación tradicional se quedó corta
Mientras muchas compañías siguen apostando todo a los códigos por SMS, los defraudadores ya corrieron la meta. El SIM swapping, la ingeniería social avanzada y los deepfakes convierten esas medidas en un paraguas roto en plena tormenta.
Hoy, con IA generativa capaz de falsificar una identificación en minutos, la biometría facial con prueba de vida se perfila como el nuevo estándar. Y no, no basta con validar al cliente al inicio de la relación. Hoy la identidad debe confirmarse donde realmente importa: en cada punto crítico del recorrido digital.
3. Cuando el fraude rebasa la caja registradora y toca la reputación
Profeco documentó que más de la mitad de las quejas durante El Buen Fin se relacionó con incumplimiento de ofertas. Pero en paralelo, el 82% de los usuarios dijo temer el robo de datos al comprar desde su celular. Ese miedo, casi íntimo, terminó revelando una preocupación mayor: no se trata solo de precios, sino de confianza.
Durante esos días, las transacciones se multiplicaron por tres. Y en cada instante de saturación tecnológica se abrió una puerta que los atacantes saben aprovechar. Una brecha, un descuido, una validación insuficiente… y el daño deja de ser económico para convertirse en un golpe directo a la credibilidad.
4. La biometría: el guardián silencioso que agiliza, protege y convierte
Lejos de ser un lujo futurista, la biometría comienza a posicionarse como parte esencial de las empresas que quieren reducir abandonos y elevar conversiones. Cuando el cliente no siente fricción, regresa. Cuando confía, compra.
Implementar verificación biométrica en momentos estratégicos —el alta de usuarios, las transacciones de alto valor— reduce el margen de maniobra de los defraudadores y amplía el de los negocios.
5. Cumplimiento regulatorio: la cancha donde se juega el partido serio
Más allá de Profeco, la conversación se vuelve técnica y estricta: CNBV, Banxico, PLD, auditorías, trazabilidad. La identidad digital ya no es solo un requisito operativo, es una columna de cumplimiento que, si falla, empuja a las organizaciones a multas, sanciones y riesgos reputacionales difíciles de reparar.
La biometría, al ser un atributo inherente de cada persona, ofrece un nivel de certeza que otros métodos no pueden igualar. Y ese nivel, en términos regulatorios, se traduce en protección.
Identidad digital: el nuevo perímetro de seguridad
El fraude ya dejó de ser “ese costo inevitable del comercio electrónico”. Hoy es un riesgo estratégico que puede limitar el crecimiento de cualquier empresa que no replantee sus defensas.
El desafío, como bien señalan los expertos, ya no es decidir si vale la pena invertir en identidad digital. El verdadero dilema es cómo integrarla de forma transversal para blindar la operación, mejorar la experiencia del usuario y fortalecer esa relación tan frágil —y tan valiosa— llamada confianza.
Porque en este nuevo ecosistema, la identidad dejó de ser un trámite y se convirtió en la primera línea de defensa de quienes venden, compran y construyen economía desde una pantalla.
