Los jóvenes no estorban: los están apagando


En Cancún, como en muchos otros rincones del país, la juventud carga con un juicio perpetuo. Se dice que son irresponsables, que les falta disciplina, que no tienen valores. Que si la inseguridad, que si los “malos pasos”, que si “todo está peor que antes”. Pero, ¿de verdad nos hemos detenido a ver con honestidad qué espacios les brindamos para canalizar su energía, su creatividad, su rabia, su deseo de pertenecer?

Ayer, en la plaza de Puerto Cancún, un grupo de jóvenes músicos locales —la banda LILI, con presencia, con talento, con mensaje limpio y sin concesiones a la misoginia ni a la violencia— ofrecía lo que parecía un oasis cultural: un pequeño concierto gratuito, abierto, sincero. Sin drogas, sin gritos ofensivos, sin discursos vacíos. Solo música, luces y jóvenes intentando ser escuchados.

Pero fueron silenciados.

A pesar de que su presencia ahí respondía a una invitación directa de la administración de la plaza, bastó que al gerente del restaurante Cenacolo le pareciera una “molestia” el espectáculo —sí, la música de jóvenes cancunenses, sí, el talento local que una semana antes abrió ante 35 mil personas para Molotov en Playa del Carmen— para que el show fuera interrumpido. Desplazados, como si fueran estorbos. Apagados, como si su luz no valiera lo que cuesta una copa de vino blanco.

Aquí hay que decirlo sin rodeos: lo que pasó en Puerto Cancún es reflejo de una ciudad (y de un país) que presume querer rescatar a su juventud, pero que en los hechos los margina, los censura, los limita. Que quiere jóvenes que no incomoden. Que calla las guitarras cuando no combinan con la estética del lujo aspiracional. Que solo celebra a los artistas cuando ya no viven aquí o cuando ya son “exitosos”, pero no cuando ensayan en casa o cuando se presentan gratis para compartir lo que hacen con honestidad.

La juventud no es el problema. El problema es que no la dejamos florecer.

Si no queremos que los chicos se pierdan en caminos oscuros, tenemos que abrirles rutas claras. Si no queremos que la música se transforme en gritos de protesta desesperada, tenemos que escucharla antes, cuando aún suena a esperanza.

Y mientras LILI busca nuevos espacios para seguir haciendo lo que ama, lo que sabe, lo que vibra, habría que preguntarnos: ¿qué hacemos con nuestros talentos locales cuando incomodan más que un regaño de TripAdvisor?

O los apagamos…

O los dejamos brillar.


Publicar un comentario

Artículo Anterior Artículo Siguiente