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Foto: José Loera |
No todas las funciones de teatro están hechas para entretener; algunas existen para que duela. Este sábado, en La Faro Quintana Roo, la compañía Gato en el Teatro presentó “Chamacos”, una pieza que no se mira: se resiste, se siente, se absorbe —como quien traga en seco frente a una verdad incómoda—.
La obra parte de una niña —solitaria, con hambre de cariño— que colecciona recortes de periódicos sobre accidentes y tragedias ocurridos a su alrededor. Lo perturbador no es el archivo en sí, sino lo que ocurre después: cada recorte cobra voz y cuerpo para contar su propia muerte. Son cuatro monólogos que funcionan como grietas: por ahí se filtran la vulnerabilidad, la inocencia rota y esa realidad que los adultos fingimos no ver porque incomoda, porque nos exhibe, porque nos acusa.
En escena estuvieron Dan, Arisha Vital, Val Carmona y “El Toño” Rivera, cuatro intérpretes jóvenes que cargaron sobre sus hombros la voz de infancias truncas, sin sentimentalismos fáciles ni esteticismos que amortigüen el golpe.
Bajo la dirección de Drew Vela —apodada ya en la escena local como la “capibara sagrada” del teatro cancunense— la obra apostó por un minimalismo quirúrgico: nada distrae, nada suaviza, nada consuela.
La función, de entrada gratuita y en su primera presentación ante público, no dejó espectadores neutrales. Hubo lágrimas sinceras, silencios densos y esa atmósfera espesa que sólo logran las historias que nos tocan donde más negamos ser tocados. “Chamacos” no es una obra para aplaudir y seguir con la vida: es una advertencia, un espejo y, quizá, una deuda ética.
Hay que estar atentos a próximas presentaciones, pues no habrá pretexto para mirarla de lejos. Hay funciones que son entretenimiento, sí. Pero hay otras, como esta, que son un acto de memoria y responsabilidad. Y esas no se ven: se cargan.