Con un lleno total que pocas veces se ve en las funciones domingueras de teatro independiente en Cancún, el escenario del 8 de Octubre se convirtió en un refugio para las emociones complejas y las reflexiones necesarias. La presentación de El Pato y la Muerte, dirigida con sutileza y sensibilidad por Drew Vela, logró lo que pocas obras se atreven a intentar: hablar de la muerte con ternura, sin negar su dolor, pero también sin dramatismos innecesarios.
Basada en el cuento del escritor alemán Wolf Erlbruch, esta puesta en escena, protagonizada por un entrañable elenco —Celal Balaban, Dante Mendoza, Moisés Benzaquen y Sophia Lara— ofreció una visión poética sobre el fin de la vida. Pero más allá de sus aciertos escénicos o técnicos, lo que realmente conmovió fue la presencia de las infancias actuando.
Sí, hubo momentos donde el nerviosismo les jugó pequeñas malas pasadas, pero también hubo coraje, entrega y una honestidad escénica que muchos actores adultos aún buscan. Las niñas y niños que participaron dejaron todo en las tablas, y lograron tocar con suavidad quirúrgica el corazón del público.
Pero la jornada no terminó ahí. Después de El Pato y la Muerte, se presentó Yo, donde se sumó el talento de Leonardo Vázquez, en una pieza breve, pero contundente, que rompió de lleno con las convenciones del teatro infantil. Aquí no hubo moralejas dulzonas ni personajes caricaturescos: hubo crítica, cuestionamiento y una voz clara —la de las infancias— que exigió ser escuchada.
Yo no sólo es una obra original escrita por Drew Vela y actuada por niñas y niños; es un reclamo legítimo y urgente contra el adultocentrismo. ¿Por qué nos cuesta tanto tomar en serio lo que sienten, piensan y necesitan las nuevas generaciones? ¿Cuándo fue que confundimos guía con imposición y protección con control?
Esta segunda obra no pide permiso para incomodar. Y eso es lo que la hace imprescindible. Porque nos enfrenta con una verdad difícil de digerir: muchas veces, los adultos no estamos dispuestos a soltar el micrófono.
La jornada de hoy no fue sólo una función doble de teatro; fue una invitación a reflexionar sobre cómo narramos lo inevitable y cómo escuchamos lo nuevo. Porque en medio del caos del mundo adulto, estas infancias nos están recordando, a gritos y con arte, que otro tipo de sensibilidad es posible.
Y Cancún, esta tarde, las escuchó.
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