¿De quién es esta guerra? Porque la estamos perdiendo todos


Dicen que la noche más oscura es justo antes del amanecer, pero en Isla Mujeres no salió el sol… salieron los cuernos de chivo. Y no en alguna narcoserie con filtros sepia, sino en la vida real, en una colonia habitada por trabajadores, familias y turistas despistados que probablemente creían que estaban en una postal del Caribe mexicano. Pues no: estaban en el set de la nueva temporada de La Narconovela de la 4T, versión “Quintana Roo Reloaded”.

Lo ocurrido en La Gloria —una gloriosa ironía, por cierto— es apenas un síntoma. Un síntoma claro, estridente, sangriento, de que la estrategia de seguridad en el estado no es una estrategia: es una ruleta rusa con silenciador. Porque cuando los criminales se sienten tan cómodos como para balacearse en zona habitacional sin miedo a una reacción seria, no estamos ante un error operativo, estamos ante un sistema colapsado. Y ese sistema tiene rostro: se llama Mara Lezama.

Sé que está de moda culpar al pasado, al neoliberalismo, a Calderón y hasta al imperialismo yanqui por los males del presente. Pero llevamos años con este gobierno estatal y, al menos que la gobernadora sea una actriz de método, ya no se puede seguir jugando el papel de víctima cuando es ella quien firma las órdenes, nombra a los mandos y coordina las mesas de seguridad. Si eres la que parte el pastel, no puedes alegar que no sabías que estaba envenenado.

Ahora bien, no seamos ingenuos. La Marina está metida. La Secretaría de Seguridad Ciudadana también. Y hasta los alcaldes, que irónicamente no tienen poder, por que son peones de la estrategia estatal. Entonces, ¿dónde empieza y dónde termina la responsabilidad? La respuesta es simple, aunque incómoda: donde empieza el poder. Y Mara tiene el poder.

Pero vamos más allá del susto. Porque lo verdaderamente grave es que hemos naturalizado el caos. Ya no nos preguntamos si hay presencia criminal, sino si esta semana le toca balacera a nuestro municipio o al de al lado. Vivimos en una democracia donde el voto es libre, pero el territorio no. Y eso es lo que debería quitarnos el sueño.

Sí, hay que exigir resultados. Sí, hay que pedir cuentas. Pero también hay que dejar de comprar discursos vacíos con envoltura de “transformación” y fondo de “más de lo mismo”. Gobernar no es subir tiktoks y pagar publicaciones en medios. Gobernar es prevenir, contener, reconstruir. Y si eso no se está haciendo, entonces no se está gobernando: se está simulando.

El crimen no se combate con relaciones públicas, sino con inteligencia —la de verdad, no la de los PowerPoints—, con Estado de derecho y con algo que parece escaso últimamente: carácter. Y mientras no haya quien lo tenga, las balas seguirán gobernando.


Si eres la que parte el pastel, no puedes alegar que no sabías que estaba envenenado.

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