Cancún presume ser una ciudad moderna, vibrante, de playas turquesa y turismo internacional. Pero detrás del brillo hotelero, sufre una paradoja de movilidad que irrita a miles de trabajadores cada día: los cancunenses tardan lo mismo que un capitalino (CDMX) en llegar a su destino, aunque recorren apenas la mitad del trayecto.
Según el último ranking del Centro Mario Molina, Cancún se posicionó como la tercera ciudad con peor transporte público en México, sólo por debajo de Monterrey y Chihuahua, aunque estos últimos ya han mejorado en los últimos meses. El estudio señala deficiencias graves en seguridad, cobertura, accesibilidad y mantenimiento de unidades, sumadas al mal trato de los operadores y la falta de profesionalización del servicio.
El dato es demoledor: los traslados promedian 45 minutos diarios, el mismo tiempo que un usuario del Metro en la Ciudad de México. Pero mientras en la capital ese lapso permite recorrer entre 11 y 15 kilómetros, en Cancún apenas se avanza de 6 a 9 kilómetros, debido a la lentitud del servicio y la falta de rutas integradas.
En otras palabras: Cancún tarda lo mismo que la CDMX, pero para recorrer la mitad de la distancia.
🚦 Una ciudad pequeña, atrapada en el caos
La geografía no es excusa. Cancún tiene un territorio urbano mucho más compacto: 25 kilómetros de norte a sur y 12 de este a oeste, dimensiones que deberían facilitar una movilidad eficiente. Sin embargo, la velocidad promedio del transporte público, contando paradas en el tráfico, apenas alcanza entre 8 y 12 km/h (aunque no lo parezca), muy por debajo del estándar nacional.
A diferencia de la capital, que cuenta con sistemas integrados (Metro, Metrobús, Cablebús, Trolebús y RTP), Cancún depende casi por completo de autobuses concesionados y combis sin horario fijo, muchas de ellas en mal estado y con recorridos superpuestos. El resultado: largas esperas bajo el sol, unidades saturadas y una movilidad que se vive como castigo, no como derecho.
💬 “Aquí no se viaja, se sobrevive”
Habitantes de colonias como Villas Otoch y Paseos del Mar coinciden en la sensación de abandono.
“Para ir al trabajo, tengo que salir una hora antes… y si pasa el camión lleno, ni modo, a esperar otros 20 a 30 minutos. Aquí no se viaja, se sobrevive”, comenta Diana, trabajadora hotelera de la zona norte.
El contraste es doloroso: mientras Cancún recibe millones de visitantes al año y factura miles de millones en turismo, sus propios habitantes viven una movilidad de tercer mundo en una ciudad de primer plano.
🧭 Un reto pendiente
La paradoja cancunense desnuda una verdad incómoda: no hay movilidad sin justicia urbana.
El turismo mueve a Cancún, pero sus trabajadores —los que hacen posible ese movimiento— se quedan atascados en un sistema ineficiente y caro por lo que se recibe a cambio.
Y mientras los proyectos de modernización se prometen cada trienio, los ciudadanos siguen esperando en la esquina, viendo pasar un camión que quizá, sólo quizá, se detenga.