Nueva Zelanda autoriza hongos mágicos contra la depresión: un giro global en la salud mental


En un mundo donde las crisis de salud mental ya no caben bajo la alfombra y la depresión resistente al tratamiento sigue cobrándose vidas en silencio, Nueva Zelanda ha tomado una decisión que bien podría marcar un antes y un después: autorizar el uso terapéutico de psilocibina, el compuesto activo de los llamados “hongos mágicos”.

El anuncio lo hizo David Seymour, viceministro de Salud, con una mezcla de entusiasmo y cautela. No se trata de abrirle la puerta al consumo libre, sino de permitir que el psiquiatra Cameron Lacey —académico con experiencia clínica en este campo— recete psilocibina a ciertos pacientes bajo una estricta supervisión médica. “Si un médico cree que la psilocibina puede ayudar, debería tener las herramientas para intentarlo”, dijo Seymour, dejando claro que el enfoque es médico, no recreativo.

La decisión no es aislada ni radical: se inscribe en una tendencia internacional que busca rescatar el potencial terapéutico de sustancias estigmatizadas durante décadas. Australia ya permite su uso controlado; Suiza lleva más de una década utilizándola junto a LSD y MDMA en contextos clínicos; y en Estados Unidos, estados como Oregón y Colorado han regulado su uso con criterios estrictos, aunque todavía con precios prohibitivos para la mayoría (una sesión puede costar hasta 2 mil dólares).

Lo que hace especial al caso neozelandés es su timing. Mientras muchos países aún debaten si los psicodélicos deben seguir en la lista negra, Nueva Zelanda apuesta por la ciencia, la regulación y la posibilidad de que estos compuestos, en manos expertas, puedan aliviar el sufrimiento de quienes no encuentran respuesta en los tratamientos convencionales.

La psilocibina, que en otro tiempo fue sinónimo de contracultura y rebeldía psicodélica, hoy empieza a reconvertirse en un recurso terapéutico que promete cambiar la narrativa sobre las enfermedades mentales. Y no, no se trata de una moda: es parte de una discusión seria sobre el derecho a explorar alternativas cuando la medicina tradicional se queda corta.

Con esta decisión, Nueva Zelanda lanza un mensaje al mundo: que la innovación en salud mental también pasa por atreverse a mirar donde antes sólo había prejuicio. Y en esa mirada nueva, tal vez lo mágico no sea el hongo, sino el derecho de cada paciente a tener una esperanza más.

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