La violencia no solo se mide por las balas. A veces, se esconde en lo cotidiano, en un asiento cualquiera de un camión urbano, disfrazada de impaciencia y frustración. Así fue como Daniel Hernández, un conductor de transporte público de Guadalajara, terminó intubado y entre la vida y la muerte, tras ser brutalmente golpeado por un pasajero al que simplemente no le gustó esperar.
El ataque quedó grabado en video, un testimonio tan crudo como alarmante de lo que ocurrió la tarde del 15 de mayo, cuando la unidad de la ruta T-11 –antes ruta 55– se detuvo para atender un percance vial. En las imágenes, el agresor, identificado como empleado de una empresa de seguridad privada, pierde la calma y lanza una serie de insultos. Pero no se queda ahí. Le propina una patada al conductor que permanece en su asiento, intentando explicar que ha solicitado otra unidad para auxiliar a los pasajeros varados.
“Tranquilo, ahorita vienen y te auxilian”, le dice Daniel, con una calma que parece imposible de sostener ante la violencia inminente. Pero el pasajero responde con furia. Saca un objeto metálico –presuntamente un termo– y lo golpea directamente en la cabeza. Daniel queda inconsciente. El atacante desciende del camión y huye.
Lo que parecía una tarde cualquiera en una ciudad que ya carga con demasiadas heridas, terminó con un hombre hospitalizado y una comunidad de conductores más temerosa de lo que ya estaba.
Daniel, de 41 años, ahora lucha por su vida en el Hospital Civil de Guadalajara. Su familia, colegas y pasajeros no solo enfrentan el dolor de lo sucedido, sino también la impunidad que tantas veces acompaña a la violencia cotidiana. Esa que no estalla en titulares rimbombantes, pero que mata igual.
La empresa de seguridad privada Caherengo, a la que pertenece el agresor, emitió un comunicado reprobando los hechos. Reconocieron la identidad del sujeto que aparece en el video portando su uniforme, y se comprometieron a colaborar con las autoridades para esclarecer lo sucedido. “No toleramos ningún acto de violencia”, dijeron. Pero la violencia ya había hablado por ellos, en plena calle y a plena luz del día.
Este no es solo un caso de agresión. Es el reflejo de una sociedad que vive con el estrés al borde, con la empatía en números rojos y donde la violencia se normaliza al grado de parecer parte del paisaje urbano.
Y mientras tanto, Daniel, como tantos otros trabajadores del transporte público en México, pone el cuerpo todos los días para que la ciudad se mueva. Para que la rutina siga. Hoy, él está detenido en el tiempo, en pausa forzada, por culpa de alguien que no supo esperar.
Que este hecho no se quede en un simple video viral. Que sirva para abrir la conversación sobre lo urgente: seguridad para los que manejan la ciudad, justicia para los agredidos y una cultura que nos enseñe a resolver el enojo sin recurrir al golpe.
Porque la violencia no debe tener asiento en ningún lado. Mucho menos en el transporte público.