Imaginá esto: una tienda de vinilos en West Hollywood, olvidada por el tiempo pero no por el alma. Huele a polvo viejo, a café recalentado y a historias sin cerrar. En el centro, Susan Slavery —una mujer con más capas que una edición especial de Bowie— resiste. No solo a la gentrificación o al olvido, sino a esa cruel modernidad que todo lo devora y nada escucha. Así comienza Slavery Records, la primera novela de Pedro Learreta, que no se lee: se escucha. Con el corazón. Con las tripas. Con la aguja rayando suave el alma.
No es exageración decir que este debut literario tiene la textura de un vinilo viejo. Crudo. Cálido. Nostálgico. Cada página parece girar sobre un tocadiscos emocional donde los silencios pesan, donde cada diálogo cruje como un solo de guitarra mal grabado pero perfectamente sentido. Y al centro de todo, Susan: una antiheroína entrañable, de humor filoso y ternura involuntaria. Ella, y su pequeña tienda, encarnan algo que parece en peligro de extinción: la resistencia de lo humano frente al ruido de lo banal.
Lo maravilloso de Slavery Records es que no pretende ser una epopeya, sino una canción. Una de esas que no suenan en la radio pero que te cambian la vida cuando las descubres por accidente. Una historia donde cada personaje es un lado B, donde la belleza está en los detalles y la dignidad, en lo cotidiano. No hay épicas batallas, pero sí una guerra constante por preservar la memoria, el afecto, el arte de escuchar sin prisa.
Pedro Learreta irrumpe en la literatura como se irrumpen las buenas canciones: sin pedir permiso y con una voz que se siente familiar, como si ya la hubiéramos escuchado antes… pero mejor. Hay algo en su narrativa que recuerda a los grandes cronistas de las emociones pequeñas —esas que terminan siendo las más importantes.
Slavery Records no es solo una novela. Es una carta de amor para quienes han encontrado refugio en la música. Un homenaje a las mujeres que sostienen el mundo desde las trincheras más silenciosas. Y una invitación a bajar el volumen del mundo para escuchar lo que realmente importa.
Porque en tiempos de playlists efímeras y algoritmos que dictan qué sentir, esta historia es un acto de rebeldía hermosa: contar desde lo auténtico, desde lo que duele y lo que sana.
Si alguna vez un disco te salvó la vida, esta novela también lo hará.
Y como diría Susan, con un cigarro en la mano y un sarcasmo amoroso: “Aquí no vendemos hits. Aquí vendemos recuerdos.”