En la Región 246 de Cancún no amaneció el sol este pasado domingo. Amaneció el luto. El cuerpo inerte de Joseph Alexander T.G., un joven de apenas 18 años, yace ahora como evidencia brutal de que en este país —nuestro país— hay vidas que valen menos que un taxi, menos que una placa, menos que una complicidad institucional.
¿Dónde está el Estado cuando lo necesitamos? ¿Dónde están la presidenta municipal Ana Paty Peralta y la gobernadora Mara Lezama, que tantas veces hablan de “transformación” y “cercanía con el pueblo”? Hoy se les busca no para un corte de listón ni una selfie con sombrero regional, sino para que den la cara por un crimen que, como muchos, tiene nombre, apellido… y una red de impunidad detrás.
Joseph no murió en un accidente. Lo mataron. Y no sólo lo mató un taxista ebrio, lo remató la indolencia, esa que corroe al sistema como una fuga de gasolina que sólo espera una chispa. Porque cuando un ex policía —dado de baja, pero con credencial “vigente” en el taxi— embiste a un joven que regresa de trabajar y luego retrocede para arrollarlo de nuevo, no hablamos sólo de imprudencia, hablamos de crueldad.
Y cuando los vecinos lo persiguen, cuando la familia llora, cuando la ciudadanía exige... y la autoridad calla, el silencio se convierte en una forma de complicidad. La policía, esa que se esconde tras el protocolo cuando se le necesita y aparece con toda fuerza cuando se trata de disolver protestas, miró de lejos. Los dejaron solos.
En cualquier democracia funcional —y ojo, funcional no significa perfecta— el sólo hecho de que un individuo con historial policiaco, presuntamente ebrio, cometa un homicidio y que su familia intente facilitarle la fuga debería bastar para activar una reacción contundente. Pero aquí no. Aquí se habla bajito si el asesino es parte del gremio de taxistas o un ex policía, como si ese “fuero informal” les permitiera jugar a ser verdugos.
Y mientras tanto, quienes tienen en sus manos el poder, la responsabilidad y la voz institucional para actuar, se ausentan.
Ana Paty Peralta, Mara Lezama: ¿dónde están? ¿Van a esperar a que arda Cancún para tomarse en serio la descomposición del sistema de transporte y de las fuerzas de seguridad en Benito Juárez? ¿O van a seguir repitiendo discursos prefabricados mientras madres entierran hijos y la sociedad entierra su fe en la justicia?
No se trata de satanizar al gremio taxista ni de convertir esta tragedia en un campo de batalla ideológico. Se trata de algo más simple y profundo: de que un joven que regresaba de trabajar no merecía morir atropellado dos veces —una por el auto, otra por el sistema—.
Porque cuando se normaliza que alguien conduzca borracho, arrolle y huya; cuando se tolera que los cuerpos policiacos cobijen a criminales o miren hacia otro lado; cuando se justifica desde la comodidad de un teclado que "por algo habrá sido"... Entonces, todos hemos perdido.
Lo mínimo que exijimos es justicia.
Lo demás —el silencio, la tibieza, la omisión—
es complicidad.
Y sí, más vale que esto lo entendamos todos: si en México una placa pesa más que una vida, no estamos en una república. Estamos en un naufragio.
Que a Joseph no lo mate también el olvido.