Cuando escuché que Ryan Coogler se aventuraba a dirigir una historia de vampiros ambientada en el sur profundo de los Estados Unidos, durante el auge del blues y el racismo institucionalizado de los años 30, debo admitir que me emocioné. Una época que grita por relatos cargados de simbolismo, tensión social y belleza melancólica. La premisa prometía: vampiros, esclavitud, blues, espiritualidad... ¿Qué podía salir mal?
Pues resulta que varias cosas.
“Sinners” arranca con fuerza: el primer acto presenta a los hermanos protagonistas con una delicadeza que huele a clásico instantáneo. Hay cadencia en los diálogos, el vestuario nos sumerge en esa América rota y rítmica, y la dirección de arte parece sacada de una pintura de Jacob Lawrence con pinceladas de sangre. Hasta aquí, todo bien. Luego, la historia comienza a virar hacia lo sobrenatural con la aparición de los vampiros, quienes podrían haber sido metáfora o amenaza, pero terminan siendo simplemente... parte de la trama.
Y es ahí donde el filme empieza a perder su compás.
La resolución de cómo los vampiros logran entrar al juke joint (el corazón del blues y del pueblo) es tan absurda que hasta el villano lo dice: “Are you kidding me?” — una frase que, más que sarcasmo, se siente como un grito del guionista pidiendo disculpas. La película parece ser consciente de sus propios atajos narrativos y, sin embargo, no hace nada por corregir el rumbo.
Pero ojo, hay escenas que rozan la genialidad. La secuencia donde Sammie conjuga el pasado y el futuro con su canto es una joya cinematográfica. Visualmente arrebatadora. Sonoramente profunda. Un montaje que bien podría estudiarse en clases de cine. Sin embargo, esa es precisamente la tragedia: es tan buena, tan superior al resto, que parece pertenecer a otra película. Y no volvemos a ver ese nivel de precisión estética y emocional en ningún otro momento del film.
El tercer acto, con la irrupción del Ku Klux Klan, es otra pieza que no termina de embonar. ¿Por qué atacar a plena luz del día cuando los protagonistas estaban reunidos en la noche anterior? ¿Por qué no aprovechar ese momento para que los vampiros —también seres marginados— se conviertan en los inesperados defensores del pueblo negro? Hubiera sido un giro potente, incluso poético, pero lo que obtenemos es otra secuencia que parece insertada sin armonía, como si se intentaran cerrar tres historias distintas en una sola cinta.
Y luego llega la escena post-créditos. Un intento de redondear lo que claramente quedó inconcluso. Se siente más como una promesa de secuela que como un epílogo necesario. Como si Coogler nos dijera: “esperen, la historia de verdad empieza después”, lo cual puede ser frustrante cuando uno ya invirtió dos horas esperando ese “después”.
No es que “Sinners” sea un desastre —no lo es—, pero se queda peligrosamente cerca de ser una oportunidad perdida. La mezcla de simbolismos, el contexto histórico, la música, incluso los destellos de misticismo, tenían todo para crear una obra grande, profunda, inolvidable. Sin embargo, como diría un viejo bluesero: puedes tener la guitarra afinada y las palabras adecuadas, pero si no sabes cuándo entrar al compás, el alma se te escapa entre los dedos.
⭐⭐1/2 Y en este caso, Sinners deja ir más de lo que logra retener.
Dirección: Ryan Coogler
Guionistas: Ryan Coogler
Elenco principal: Michael B. Jordan / Miles Caton / Hailee Steinfeld
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