Niñoz Perdidoz lanza su primer disco: Un Fracaso Al Revés, el punk como grito de autenticidad


En un momento donde la industria musical parece dictar que la rebeldía debe caber en un reel de 30 segundos, Niñoz Perdidoz decide patear la puerta y recordarnos que el punk no nació para complacer. Un Fracaso Al Revés, su álbum debut, es un manifiesto musical con 15 canciones que huelen a garage, sudan adolescencia eterna y suenan a ese punk californiano de los 90 que nos enseñó que gritar también es una forma de sanar.

La banda, originaria de la Ciudad de México, emergió en 2021 como un proyecto íntimo de Ricardo Sandoval, vocalista y voz narrativa de esta historia. Lo que comenzó como una especie de diario cantado pronto se convirtió en un cuarteto de alto voltaje con Luis González en el bajo, Paco Velasco en la guitarra y Toño Martínez —sí, el mismo que destrozaba platillos en Masappan y Chingadazo de Kung Fu— en la batería. Desde entonces, se han dedicado a construir un sonido que no pide permiso: directo, sucio, honesto.

El disco abre con el sencillo “Influencer (Un Fracaso Al Revés)”, una bofetada lírica al culto de la apariencia y el like fácil. Con la potencia de un riff que recuerda a los días dorados de Dookie, la canción se planta con dignidad y rabia frente a una generación que muchas veces parece condenada a fingir éxito. La banda lo define como “un grito contra la manipulación”, pero también podría entenderse como un espejo que incomoda —porque refleja lo que no queremos ver: el miedo a fracasar sin filtros.

A contracorriente de las listas de reproducción diseñadas por algoritmos, Niñoz Perdidoz entrega un disco largo, de esos que se escuchan de principio a fin como quien atraviesa una tormenta. Son 15 tracks que no temen citar a los Ramones, a The Clash, ni a Blink-182, pero sin convertirse en una imitación. Aquí hay identidad, y sobre todo, hay intención.

La producción corrió a cargo de Manuel Rubio Mendoza, quien logró capturar la crudeza de la banda en Infinhito Estudio, sin maquillarla. El arte visual —creado por Kikidamonsta— y el trabajo audiovisual de Jonás Ortiz (g21.films) complementan este universo con una estética que abraza el DIY pero con visión clara.

Y como si no bastara con lo original, el disco esconde un par de covers que los más clavados sabrán identificar, guiños generacionales para los que crecimos en la era de los CD quemados y las tocadas en casas okupas.

“Queríamos que este disco fuera una fotografía sin filtro de lo que somos”, dicen los Niñoz Perdidoz. Y vaya que lo lograron. Un Fracaso Al Revés no es solo un disco: es una declaración de principios. Un regreso al punk como vehículo de catarsis, no como estética impostada.

Ya está disponible en todas las plataformas. Pero no basta con escucharlo, hay que dejarse afectar por él. Porque, como bien lo sugiere su nombre, este fracaso es en realidad una victoria para la música hecha con las tripas.

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