Hay lugares que no sólo se comen, se sienten. Así es La Martina Antojería Mexicana, un rinconcito en la Roma Sur que se desliza con ternura al paladar y se queda instalado en la memoria como los aromas de la cocina de la abuela: persistente, reconfortante y entrañable.
Desde que entras, el ambiente te abraza con su calidez de vecindario bien curado. Nada pretencioso. Mesas sencillas, detalles que evocan hogar, y un personal que no te atiende: te cuida. Esa diferencia sutil pero poderosa que hace que una comida se convierta en experiencia.
La carta no pretende reinventar la gastronomía mexicana, sino rendirle tributo desde la honestidad y el cariño. Y ahí radica su magia. La sopa de tortilla, por ejemplo, merece párrafo aparte: caldosa, con esa textura casera que grita maíz nixtamalizado, trozos de aguacate fresco y un perfume a epazote que, si lo dejas, te hace lagrimear. Así de buena.
Los precios —entre $100 y $200 por persona— son otro aplauso aparte. En una ciudad donde la “comida con concepto” suele significar porciones minúsculas y cuentas estratosféricas, La Martina se planta como un acto de resistencia: aquí se come rico, se come bien y se paga justo.
¿Lo mejor? Esa sensación de haber encontrado un lugar al que siempre vas a querer volver. Y eso, en esta CDMX de sabores fugaces y modas pasajeras, es todo un hallazgo.
Por eso, con gusto y estómago lleno, podemos decir que es un lugar casi perfecto, no porque le falte algo, sino porque siempre hay espacio para la evolución. Aunque, sinceramente, así como está, ya se ganó su lugar entre mis favoritos.
Recomendación de la casa: empieza con la sopa de tortilla, déjate guiar por el antojo del día y no olvides sonreírle a quien te sirva… en La Martina, la sonrisa siempre vuelve.
Calificación: ⭐⭐⭐⭐ 1/2