El apellido como plataforma: Verónica Lezama y la nueva política de abolengo


La política mexicana, como los buenos vinos, a veces fermenta en clanes familiares. Lo hemos visto desde los Salinas hasta los Calderón-Zavala, pasando por los Borge, los Monreal y ahora, en versión caribeña, por las hermanas Lezama. Lo que en otros contextos sería una simple coincidencia de apellidos, en Quintana Roo se ha convertido en el nuevo emblema del poder: el poder en familia.

Verónica Lezama no es una improvisada. Nadie que tenga al alcance las cámaras del sistema estatal de comunicación, un presupuesto discreto pero bien distribuido desde el DIF, y el respaldo directo de la gobernadora de un estado con más de un millón de habitantes, puede decirse ajena a la política. Su informe como presidenta honoraria del DIF fue —más que una rendición de cuentas— una puesta en escena cuidadosamente orquestada. A ese evento acudieron alcaldes, legisladores y operadores políticos. No fue un evento social; fue una cumbre de posicionamiento. El mensaje fue claro: ya no es solo “la hermana de”, ahora es la candidata que sigue.

No se trata de satanizar el origen familiar, sino de evidenciar cómo el sistema lo ha normalizado. Si en la vida privada es legítimo usar relaciones para crecer profesionalmente, en la vida pública es preocupante cuando eso implica recursos del erario, acceso desigual a los medios y un uso casi patrimonialista del aparato de gobierno. El uso de redes sociales y medios oficiales para promover a Verónica Lezama no es sólo cuestionable; raya en el cinismo. Lo que debería ser una institución dedicada a la asistencia social ha servido de trampolín electoral. El DIF como catapulta. El apellido como marca.

El capital político se construye con trabajo, no con atajos. Y como ciudadano, nos incomoda profundamente que el discurso de la “transformación” sirva de fachada para prácticas tan viejas como el PRI de los 70. El nepotismo —aunque legalmente no sea punible en este caso— sigue siendo antiético y daña profundamente la confianza pública. Porque si todo queda en familia, ¿dónde queda la democracia?

No se necesita ser de izquierda ni de derecha para entender que lo público debe ser tratado con altura. No se necesita un doctorado en Harvard para saber que el acceso desigual a la contienda electoral comienza mucho antes de la boleta. Y no se necesita ser un activista radical para señalar que los recursos del DIF deberían servir a las niñas y niños del sur del estado, no a las aspiraciones de una dinastía en Cancún.

Verónica puede tener méritos propios —nadie se los niega—, pero si quiere jugar en serio en la política, deberá demostrarlo lejos de la sombra de su hermana. Porque si todo se reduce a eso, a heredar estructuras, a colocar figuras con el mismo apellido en las papeletas, lo que tendremos no será una elección… sino una entronización.

Y eso, señoras y señores, no es política moderna. Es monarquía tropical. Claro, que todo lo expresado aquí lo dejamos en supuestos, ya el tiempo dirá... 

Publicar un comentario

Artículo Anterior Artículo Siguiente