Hay obras que no terminan cuando baja el telón. Algunas se quedan contigo como una canción que no sabías que necesitabas. El pasado domingo 8 de junio, “El pato y la muerte” tuvo su última función de temporada, dejando tras de sí no sólo aplausos, sino una estela de emociones que todavía flotan en el aire de Cancún. Dirigida por el sensible y potente Drew Vela, se cierra un capítulo que no es un final, sino una promesa: en esta ciudad, el arte verdadero se está gestando, y no proviene de las mismas “vaquitas sagradas” de siempre, sino de nuevas especies en el ecosistema creativo. Drew Vela, la nueva capibara sagrada del teatro local, lo confirma con cada montaje que nos entrega.
“El pato y la muerte” no fue sólo una obra. Fue una caricia en medio del caos. Una invitación a mirar de frente lo que más evitamos. Con un elenco entrañable —Celal Balaban, Dante Mendoza, Moisés Benzaquen y Sophia Lara—, esta propuesta escénica consiguió que tanto niñas y niños como personas adultas hablaran sobre el duelo sin lágrimas de miedo, sino con palabras suaves y necesarias. La muerte, esa figura temida y esquiva, aquí fue tratada como una vieja amiga que simplemente espera su momento para sentarse a conversar.
Desde su debut el 15 de marzo en La Faro de Cancún, dentro del taller Sentires, con apoyo de la Sebien y la pluma mágica de Carlos Oropeza Tapia, la obra recorrió escenarios que no suelen ser foco de los reflectores teatrales. Villas Otoch, La Palapita del Parque de las Palapas, espacios donde el arte, cuando llega, lo hace con más fuerza porque ahí es más urgente. Y eso fue justo lo que hicieron: llevar el teatro donde más falta hace. Sin pretensiones. Con honestidad.
Porque si algo ha dejado claro esta temporada es que en Cancún hay talento, sensibilidad y voluntad. Y no está en los mismos nombres de siempre. Está en quienes, como Drew Vela, entienden que el teatro no se grita, se susurra. Que no se impone, se ofrece. Que no busca llenar butacas, sino vacíos emocionales.
¿Y ahora qué sigue? El elenco ha dicho adiós a esta temporada, pero no al camino. Lo vivido con “El pato y la muerte” es semilla. Una que seguramente germinará en nuevas puestas, nuevos talleres, nuevos abrazos escénicos. Y ojalá, también, en un cambio de mentalidad sobre qué tipo de arte merece ser apoyado, difundido y celebrado en Cancún.
Porque sí: mientras algunos "artistas" se pelean por estatutos, egos y "exclusividades", otros —como Drew— simplemente hacen teatro del bueno. Del que sana. Del que te transforma. Del que se queda contigo como una voz bajita que te dice: no tengas miedo, estoy aquí.
Y esa voz, lo sabemos, no es sólo la de un pato. Es la de toda una nueva generación que está reescribiendo el teatro en esta ciudad.